Capítulo V. Imaginario civilizador y acción colonizadora (1845-1880)
Un proyecto modernizador Doris Sommers mantiene en Foundational Fictions. The National Romances of Latin America que después de la independencia, América necesitaba civilizadores, «padres fundadores en comercio e industria, no luchadores»: el heroísmo había cedido su lugar al utilitarismo.[1] O, al menos, debía cederlo, porque junto al interés por instrumentalizar los conocimientos y experiencias hacia otras formas de prosperidad se desplegó un discurso, basado en el dominio racional de la naturaleza y en la disposición de una población hacendosa, con nuevos símbolos y valores. Quienes impulsaron esta mentalidad fueron un elevado número de intelectuales americanos que se habían apropiado del ideario modernizador y que empleaban los recursos del discurso utópico para conformar la imaginación del público. El americanista F. Bradford Burns ofrece un cuadro de los individuos que como representantes de la elite intelectual y política promovieron las visiones que debían guiar el proceso de reconstrucción nacional.[2] De Argentina aparecen mencionados Juan Bautista Alberdi, Pedro de Angelis, Luis L. Domínguez, José Esteban Echeverría, José Manuel Estrada, Juana Manuela Gorriti, Paul Groussac, Lucio Vicente López, Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre, Ernesto Quesada, Adolfo Saldía, Domingo Faustino Sarmiento, Manuel Ricardo Trelles, Dalmacio Vélez Sarsfield y Antonio Zinny; de Uruguay, Francisco Bauzá y Carlos María Ramírez; de Chile, Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana, José Toribio Medina, Ramón Sotomayor y Valdés, Benjamín Vicuña Mackenna. Aunque entre ellos hubiera diferencias sensibles, compartían, según Bradford, además de su formación media o superior y su influencia en las esferas económica y política, el ideario del progreso. Esto significaba básicamente favorecer la prosperidad material; admirar los signos visibles de la tecnología, como las máquinas de vapor, el ferrocarril y la iluminación de gas; fomentar la industrialización; imitar a Europa (particularmente a Inglaterra, Francia y Alemania) y Norteamérica; condenar el pasado colonial y las dependencias hispano-lusas, y reproducir la dialéctica ciudad-campo. Con estas preferencias, en la sociedad latinoamericana se recreaba, empleando la expresión de Arthur M. Melzer, un «proyecto modernizador u occidentalizador». Como sostiene el profesor de ciencia política, la legitimación de la innovación tecnológica, junto con sus presupuestos y propósitos, se produce en sociedades que han asumido la idea de progreso, que viven con la mirada proyectada hacia el futuro y que contemplan el dominio de las técnicas como parte de un movimiento más amplio de liberación de las limitaciones impuestas por la tradición y por la naturaleza.[3]
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