El desapercibimiento del nuevo siglo: Parte I

Aparentemente, y dado que no se contará con un nuevo plan de estudios hasta 1914, el anhelo regeneracionista de Cabello Lapiedra no parece haber encontrado eco en la Escuela. Sin embargo, estos primeros catorce años del siglo están jalonados de intentos en ese sentido. El primero data de 1901. Fue entonces cuando el Claustro respondió a un llamamiento del ministro de Instrucción pública y Bellas Artes, dirigido en general a todos aquellos que estuvieran interesados en la “transformación” de la enseñanza pública. Partícipes del cambio, aunque no a cualquier precio, los profesores de la Escuela de Arquitectura se interesaron por los sistemas y procedimientos seguidos en otros países más avanzados, a fin de tomar de ellos todo lo que no fuera incompatible con “nuestro temperamento y especiales aptitudes”, puesto que el objetivo último era proponer un plan de enseñanza de carácter “verdaderamente nacional”^[1]. Este ensimismamiento en lo nacional llevó aparejado un reforzamiento de la idea de que para el arquitecto la técnica era solamente el medio de realizar sus concepciones artísticas, por lo que era preciso limitar los conocimientos científico-técnicos de la carrera —más deudores de lo foráneo— a la parte puramente necesaria para poder atender simultáneamente a los estudios artísticos, que eran vistos como “primordiales”. A juicio del Claustro, el alumno había llegado a considerar la enseñanza gráfica como cuestión “secundaria”: a una parte de la carrera tan “esencial y característica” como esta sólo le dedicaba el escaso e irregular tiempo que le dejaban libre los estudios científicos, por lo que nunca llegaba a dominar como debía la técnica del dibujo.