Influencia de la minería española en la arquitectura y el urbanismo de Perú y Bolivia (1820-1920)
La minería española en América Esta comunicación nace de la necesidad de conocer la influencia de los tipos y técnicas constructivas de la industria minera de Almadén (Ciudad Real) en Perú y Bolivia en la época contemporánea. Esta arquitectura industrial debe ser destacada como un género aparte dentro del conjunto del patrimonio artístico, debido a unas características propias que permiten su diferenciación, ya que poseen una serie de valores tecnológicos, arquitectónicos y patrimoniales que hacen de ella un documento de primera magnitud para conocer la implantación de nuevas técnicas constructivas en el período histórico estudiado. Vemos que los materiales y estructuras producidos por la actividad minera también sirven para el arte, ya que estos nuevos temas constructivos requerían otro lenguaje, que ni las formas ni las estructuras de la arquitectura anterior podía desarrollar al salirse de su campo de acción. Los ingenieros a la par de innovaciones técnicas, demostraron tener preocupaciones estéticas, la belleza de sus obras ha sido exaltada sobre todo por su carácter innato, este sentimiento que realiza lo nuevo, permite a los ingenieros introducir en sus obras la noción de belleza funcional, argumento recurrente de la arquitectura moderna. La belleza de su obra resulta en gran parte de la integración de múltiples funciones. Los ingenieros no se erigieron en creadores de belleza. Más exactamente, la palabra desapareció de su vocabulario y fue reemplazada por la de utilidad, identificando, la belleza con algo definitivo, inmutable, con lo que pretendieron convertirse a su vez en los creadores de otra forma de expresión, donde se traducirá el triunfo sobre la materia. El ingeniero no deja de ser un arquitecto y tiene desde el principio, una concepción artística, lo que asegura a estas creaciones ante todo el derecho de ser reconocidas en el plano estético, es que son perfectamente funcionales y útiles. Expresión de una economía material extrema y de una disciplina intelectual rigurosa. Con esta investigación se pretende estudiar cómo estos conocimientos constructivos son exportados a Hispanoamérica, en concretoa Perú y Bolivia[1]. La necesidad de promocionar la enseñanza de la minería en España y sus territorios ultramarinos estuvo justificada por el incremento de la minería en el siglo XVIII. Son años todos éstos de interés minero, que se reflejan en la preocupación de quienes gobiernan la nación, a través de disposiciones y ordenanzas que van regulando la enseñanza de la minería y su extensión geográfica cada vez más amplia y deseada. Así, en el año 1783 se dan en Aranjuez, el día 22 de mayo, las Ordenanzas para la dirección, régimen y gobierno del importante Cuerpo de la Minería de Nueva España y su Real Tribunal General, que siguieron en vigor hasta un siglo después en las repúblicas de toda América Meridional que estuvieron bajo dominio de España. La eficacia que los técnicos de la minería demostraron en la dirección de explotaciones subterráneas, tanto en España como en América, es tanta y tan prolongada que obliga a los responsables del Gobierno a concederles el rango que tales conocimientos y eficacia merecen, estableciendo en el año 1835, mediante Real Decreto, la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid, que se inaugurará el día 7 de enero de 1836. Hay dos hechos que ponen de manifiesto de forma palpable que a la minería se le presta atención y cuidado: la necesidad de que las explotaciones cuenten para su dirección con técnicos competentes y que el número de éstos aumente suficientemente para que aquella necesidad pueda atenderse en la forma debida. También en América se crean establecimientos para la enseñanza de la minería, como en el caso de México, que en 1792 abrió las puertas del Colegio de Minería, aunque en 1774 aparecieron las primeras ideas y proyectos de creación de esta escuela de minería por la que pasó Fausto Elhuyar, quien comenzó a organizar las bases del colegio en 1790. En el caso de Perú, el otro gran foco minero americano, la historia para la creación de un colegio de minería en Lima es una historia de frustraciones y duras polémicas, que, en suma, impidieron el establecimiento definitivo de tal instituto. Ya sea por falta de capital, o por la oposición de los propios mineros, y otras circunstancias adversas, lo cierto es que los sucesivos intentos de crearlo quedaron siempre en la esfera de lo teórico. En 1776, aparecen las primeras voces que piden el establecimiento de un laboratorio químicometalúrgico para formar especialistas y difundir los sistemas europeos de beneficio de metales. Una de estas peticiones se debe a Juan Gregorio Piñeyro y Sarmiento; la otra a Juan Manuel Fernández de Palazuelos. Para Piñeyro y Sarmiento tal institución amortizaría rápidamente sus gastos y sería rentable a consecuencia del incremento en la producción de metales que se obtendría una vez que funcionase. Inevitablemente, estos benéficos alcanzarían también a la metrópolis, gracias a las distintas imposiciones fiscales existentes. Para Palazuelos, las explotaciones mineras ganarían en eficacia y rentabilidad al ser trabajadas mediante planes más racionales. A pesar de todas estas ventajas, nada pudo llevarse a la práctica. Estos proyectos quedaron reducidos a simples llamadas de la atención y a meras exposiciones de intenciones que no lograron plasmarse en la realidad. No obstante, la idea no fue abandonada. Similares intentos llevados a cabo en Potosí hacia 1779 mantuvieron vivo el deseo de implantar un colegio de minería. Así, en 1789, José de Lagos presenta un nuevo plan en el que hacía ver la necesidad de que se creara dicho colegio[2]. La presencia de Nordenflicht marca una nueva etapa hacia la constitución del colegio de minería[3]. Sin embargo, su muerte truncó estos planes quedando, de nuevo, desasistido y sin respuesta alguna por parte de la Corona. La formación de la escuela de minería parecía estar condenada al fracaso, pues el Real Tribunal de Minería de Lima siempre presentó resistencia a que el colegio se hiciese realidad. Tras la independencia de las colonias americanas, los gobiernos independientes heredaron tanto las Ordenanzas de Minería como los preceptos de la Escuela de Minas de Almadén; ambos se adaptaron a las nuevas circunstancias y continuaron vigentes hasta las primeras décadas del siglo pasado. Por otra parte, las innovadoras ideas sobre minería difundidas en las antiguas colonias por los ingenieros de minas españoles, empapados de los nuevos conocimientos de autores europeos y gracias a la difusión de los tratados sobre minería y metalurgia, permitieron que la relación entre la institución académica y los establecimientos mineros americanos permaneciera pasada la independencia. Almadén se convierte, entonces, en un centro de estudios y experimentación donde las ideas renovadoras, en materia de minería de Europa, encuentran el caldo de cultivo idóneo para ponerlas en práctica[4]. Almadén sería el referente para los centros de enseñanza de la minería en España y América. Las explotaciones mineras desempeñaron en la América colonial una función articuladora, que tras la independencia, mantuvo su importancia en el desarrollo arquitectónico y urbano de las poblaciones mineras. La minería, realizada en un principio gracias a la labor de los ingenieros formados en España, como constatan sus minuciosos informes, jamás dejó de tomarse en cuenta, al menos hasta las primeras décadas del siglo pasado, en las que comienza a detectarse la presencia norteamericana en las explotaciones, en detrimento de la producción de tecnología minera de origen español del siglo XIX.
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