Joan Junyer y Esteban Francés: escenógrafos de Balanchine
Balanchine en América Figura 1. Ballet Society. Sentados, en el centro George Balanchine, a la izquierda John Taras y a la derecha William Dollar. De pie, de izquierda a derecha, Rudi Revil, Kurt Seligmann, Joan Junyer, Leon Barzin, Esteban Francés y Todd Bolender. Foto: Irving Penn. Balanchine se había formado como bailarín en la escuela del Teatro Imperial de San Petersburgo, su ciudad natal. Allí una vez finalizados sus estudios, y mientras completaba su formación musical, entró a formar parte del Ballet Marinski, y en 1924, en el curso de una gira por Europa, se unió a la compañía de Diaghilev, de la que, con tan sólo 20 años, se convirtió en su coreógrafo[2]. A la muerte del empresario ruso, colaboró con el Ballet Real Danés, la Ópera de París y los Ballets Rusos de Montecarlo, dirigidos por René Blum y el coronel de Basil. En el momento en el que fue requerido por Kirstein para trasladarse a Estados Unidos, Balanchine se hallaba en París al frente de Los Ballets, una compañía independiente, creada juntamente con Dimitriev y Boris Kochno, en la que llevó a cabo propuestas experimentales de gran interés. Al hombre que desde hacía unos años venía esforzándose en la renovación y actualización del ballet clásico en Europa, de repente, se le ofrecía la posibilidad de aplicar en el nuevo mundo sus presupuestos estéticos, de formar a los bailarines según su criterio y de organizar a su medida una nueva compañía. Y, desde luego, no desaprovechó tal oportunidad. Balanchine tuvo además la virtud de captar la vitalidad de una ciudad como Nueva York y, en vez de transponer de forma mecánica los fundamentos del ballet europeo al nuevo medio, fusionó la tradición académica rusa, de la que era deudor, con valores propios de la cultura americana. Con ello, el baile de puntas adquirió una frescura desconocida y sus coreografías un acento nuevo. Sus producciones americanas destacarían en adelante por la rapidez de ejecución, una mayor libertad de movimientos –con brazos abiertos al estilo Broadway, por ejemplo–, y un manejo más desenfadado de las caderas por parte de las bailarinas. Incluso, variaría la anatomía de los bailarines en el ballet americano, imponiéndose un tipo de hombre más atlético y de mujer más delgada.
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