Eugenia Grandet: III

10/07/2013 17.752 Palabras

Un aldabonazo que anunció la llegada de la familia de Grassins, su entrada y sus saludos, impidieron acabar la frase. El notario se alegró de esta interrupción, porque Grandet le miraba ya de reojo y su lobanillo indicaba una tormenta interior. En primer lugar, el prudente notario no creía conveniente que un presidente de audiencia fuese a París a hacer capitular a los acreedores y a mezclarse en un negocio que estaba muy lejos de ajustarse a las leyes de la estricta probidad, y además, como no había oído que el señor Grandet tuviera deseos de pagar nada, temblaba instintivamente ante la idea de ver a su sobrino metido en aquel asunto. Cruchot aprovechó, pues, el momento en que los de Grassins entraban, y cogiendo a su sobrino por el brazo y llevándolo al alféizar de una ventana, le dijo: -Sobrino mío, ya has hecho bastante, y debes de cesar en tus ofrecimientos. El deseo de casarte con la joven te ciega. ¡Qué diablo! hay que andar con pies de plomo. Deja que yo dirija...

This website uses its own and third-party cookies in order to obtain statistical information based on the navigation data of our visitors. If you continue browsing, the acceptance of its use will be assumed, and in case of not accepting its installation you should visit the information section, where we explain how to remove or deny them.
OK | More info