II. Carrera de medicina
Un estudiante brillante y pobre Sigmund Freud en sus años jóvenes. En este ambiente burgués y elegante, comienza Freud en 1873 sus estudios de medicina en la universidad. Tiene diecisiete años. Es un estudiante brillante, interesado en materias de filosofía y zoología, aparte de las prescritas para los alumnos de medicina. Las clases, conferencias y seminarios que frecuenta, junto con el estudio y los trabajos que le piden los profesores, le absorben totalmente. La extrema pobreza en que viven tanto él como su familia apenas le permite tomar parte en la vida social de la sofisticada Viena. Una entrada para un concierto o un teatro es un lujo que pocas veces puede permitirse. La asistencia a reuniones o fiestas más formales es un verdadero quebradero de cabeza por falta de traje apropiado. La elección de una carrera para Freud no se presenta como un dilema difícil. Para un judío vienés, las posibilidades son los negocios, la abogacía, la industria o la medicina. Los negocios y la industria nunca tuvieron atracción para él, más dado al estudio. La abogacía pronto la descarta. De las ciencias, la medicina parece la más prometedora. En esta elección se dan dos circunstancias que ejercen enorme influencia: la primera es el llamado cientificismo de la segunda parte del siglo XIX, que culmina precisamente en la década de los años setenta. Basa única y exclusivamente el progreso del hombre, en todos sus aspectos, en la investigación científica, en la estricta observación de los fenómenos naturales, alejándose de la tradición filosófica y de la religión, a la que se considera un estorbo para el desarrollo. Para este nuevo enfoque de las ciencias son decisivas las aportaciones de los estudios exhaustivos de investigadores como Humboldt y Goethe, que culminan con Darwin y su revolucionaria teoría de la evolución. Desde muy pronto, Freud se familiariza con los trabajos de estos hombres, cuyos sistema y método admira profundamente. Sin embargo, no es ésta su única inclinación. Su mente está sin duda enfocada también al estudio de los problemas humanos en su sentido más amplio. Tiende irreprimiblemente hacia una búsqueda del significado de la humanidad y de las relaciones humanas, que le llevará en su madurez a dedicarse plenamente a su estudio. Sólo entonces reconoce la lucha que tuvo que sostener consigo mismo durante sus primeros años: «De joven sentía una fuerte atracción hacia la especulación, pero la corté sin miramientos». La elección de una carrera científica se debe, por tanto, a un acto de la voluntad consciente, y no sólo a la simple inclinación. Una vez tomada esta decisión, la sigue sin titubear. Durante nueve años dedica todo su esfuerzo, todo su tiempo y todo su interés al estudio riguroso de la medicina y disciplinas afines. Cuenta durante todo este período con dos ayudas notables: profesores que le guían y le dan la oportunidad de investigar personalmente, y un reducido núcleo de amigos, todos estudiantes del mismo campo y judíos en su mayor parte, que comparten sus intereses y se prestan estímulo mutuo. De los profesores, es el catedrático de Fisiología, Brücke, quien ejerce sobre Freud una enorme influencia. Tenía un carácter metódico y austero, típicamente prusiano, con reputación de examinador terrible. Se cuenta que cuando un alumno le entregó un largo trabajo en el que incautamente ponía: «La observación superficial revela…», Brücke se negó a continuar leyendo y lo devolvió con la siguíente nota: «No se puede observar superficialmente». Con los buenos alumnos, sin embargo, mezclaba la exigencia con generosidad y estímulo paternal, y bajo su supervisión empieza Freud importantes trabajos de laboratorio. Se basan en el estudio al microscopio de las células nerviosas de animales inferiores, que le lleva a concluir que no existe en ellas diferencia de estructura con las de los animales superiores, sino solamente en cuanto al número y complejidad de sus sistemas. Durante este tiempo, Freud parece sentir verdadero miedo de salirse en su trabajo de una línea estrictamente científica, y de esa forma frena la continuación de sus investigaciones a partir de hipótesis propias que formula a causa de su capacidad creadora y que otros más tarde experimentan. Tal es el caso de la naturaleza y función de las neuronas, cuyo papel él ya vislumbró, pero que no profundizó, y que ha llegado a ser la base de la neurología moderna. Dirige siempre su interés hacia la investigación más que hacia el campo práctico, que no le atrae. En 1881, dos años más tarde de lo que le correspondía, se gradúa con sobresaliente. Aun después de terminar la carrera, se resiste a empezar a ejercer la medicina. No le atrae el trato directo con los enfermos, y el trabajo de laboratorio le sigue absorbiendo. Continúa dando prioridad a su inclinación por la investigación haciendo alarde de una falta de sentido práctico asombrosa, dada su desastrosa situación económica. Durante sus estudios sigue viviendo en casa de sus padres, que están sumidos en auténtica pobreza. Su padre, ya retirado, ha perdido sus pocos ahorros unos años antes, en la crisis económica que padeció Austria en el año 73, y la salud de su madre no es buena. Hasta qué punto esta situación le mortifica, lo muestra su comentario después de una cena a la que asiste como invitado: «Apenas podía tragar la comida al pensar en la pobreza de mi madre y mis hermanas.» Brücke, con quien sigue trabajando y por el que siente gran afecto, es consciente de la necesidad de Freud, y le aconseja que se decida a ejercer su profesión. Una nueva razón le empuja ahora a ello. Se ha enamorado; ha entablado relaciones con Martha Bernays, una chica judía de Hamburgo, cinco años menor que él, y con quien quiere casarse cuanto antes. A raíz de este acontecimiento empieza a trabajar en el Gran Hospital de Viena como médico interno. Durante tres años pasa por los diferentes departamentos y adquiere la práctica del contacto directo con los pacientes, que hasta entonces había evitado. Empieza por la cirugía, que encuentra demasiado cansada, y pronto la deja; pasa a medicina interna; luego, a psiquiatría, que le interesa profundamente; después, a dermatología y enfermedades nerviosas, y, finalmente, trabaja en oftalmología. Deja por primera vez a su familia y va a vivir al hospital. Entabla amistad con otros médicos, de lo cual concluye, según le escribe a Martha: «así que no debo de ser una persona totalmente insoportable». Esta afirmación es importante, pues deja entrever algo de su personalidad. Freud, el estudiante e investigador brillante, el hijo predilecto de su casa, el hombre de voluntad férrea, es consciente, aunque mantiene un pequeño grupo de buenos amigos, de su gran dificultad en anudar relaciones de amistad, pues piensa que la primera impresión que causa, debido a su introversión y sequedad externa, es mala. Esta falta de seguridad en cuanto a sus aptitudes sociales contrasta con la confianza ilimitada que tiene en su capacidad básica de triunfar y de sobreponerse a las dificultades. Es persona de carácter difícil, y su salud no le ayuda a suavizarlo. Sufre catarro crónico que le produce innumerables molestias, así como fuertes jaquecas y ataques de ciática que le inmovilizan en la cama con grandes dolores. De uno de estos episodios dice: «Era como si el dolor fuera externo: no me identificaba con la enfermedad y quedaba por encima de ella». Es su fuerza de voluntad y su terquedad lo que le empuja a hacer caso omiso del dolor y a levantarse de la cama. Su mala salud física tiene en parte un origen psicológico, que él llama «su neurastenia»: los síntomas son trastornos intestinales y súbitos cambios de humor que le producen una terrible sensación de cansancio y una gran incapacidad para disfrutar de nada. Pasa fácilmente de la depresión a la euforia, pero no muestra, sin embargo, signos de desesperanza. La clave de su estado emocional durante estos años es su novia, de quien está la mayor parte del tiempo separado y con la que mantiene correspondencia diaria, que se ha conservado, y que consta de más de 900 cartas. Sobre las dificultades profesionales y económicas que sufre le escribe: «Ningún obstáculo ni mala suerte puede evitar mi éxito final, sólo posponerlo; mientras sigamos bien sé que tú estás contenta y que me quieres.»
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