IX. La estela del Reformador

La vida de cada día. Charlas de sobremesa

Aquí, en su casa y en su familia, le sorprendemos en la intimidad. «Mi economía es admirable, porque consumo más de lo que alcanzan mis rentas.» «Se ha quejado mi mujer de que ya no nos quedan más que tres vasijas de cerveza. Le respondí que no sufriremos daños mientras el paterfamilias sea Dios, que de tres puede hacer cuatro.» «Rara vez me caen bien los pantalones, por eso me es preciso tener varios para escoger.» El mismo se los cosía.

Pero para conocer la intimidad de Lutero durante este período, tenemos que acudir a las Charlas de sobremesa. Son un largo relato que recoge las conversaciones de sobremesa de Lutero con sus familiares y amigos. El relato cubre desde 1529 hasta 1546, el año de la muerte. «El gran doctor que presidía las comidas del ’monasterio negro’ se pinta en las charlas verdaderamente al natural y de cuerpo entero.»

Habla de todo lo divino y lo humano de forma autoritativa. Responde a preguntas que le hacen los comensales. Y se desahoga con toda libertad y confianza. Habla de su niñez y de su juventud, de sus años de fraile. Nos abre el secreto de sus tentaciones, de sus enfermedades. Critica las perversas costumbres de los cristianismos modernos. Se despacha a gusto contra el pontificado romano, contra Erasmo, contra el duque Jorge, el Dr. Eck, Alberto de Maguncia, Karlstadt, Müntzer, Zwinglio… prorrumpe y arremete contra el monacato, el sacrificio de la misa… Se explaya en su convicción de la fe en Cristo… Expone sus opiniones políticas… expresa sus criterios sobre las escuelas y universidades, sobre la educación de los hijos, la teología, la música, la predicación, etc. Todo lo divino y lo humano pasa por la mesa del reformador y sobre todo da su juicio, entre jarro de cerveza y vasos de vino.

«El vino —afirmaba— es cosa bendita y tiene en su favor el testimonio de la Escritura, mientras que la cerveza es tradición humana.» En la bodega de Lutero había diversos vinos. El mejor, para su gusto, era el de Franconia. Su bebida habitual era la cerveza. Le ayudaba a dormir. La «reina de las cervezas», la de Turgau. La peor, la de Wittemberg. El mejor plato, el ciervo asado, si bien las carnes de venado, como las de las aves, son melancólicas. Prefería el cochinillo asado. Como remedio a sus frecuentes vértigos y vahídos, «no hay remedio mejor que seis cucharaditas de manteca. La manteca es cosa muy sana. Por eso creo yo que es tan robusta la gente de Sajonia, porque come mucha manteca…»

Como reminiscencia de sus tiempos de fraile, echaba un poco de siesta. «No hay pajarillo, por pequeño que sea, que no descanse al mediodía.» Se acostaba a las nueve de la noche, y siempre dormía sobre el lado izquierdo. Se levantaba sobre las cinco de la mañana, a la hora de los criados. Hacía oración y se ponía a trabajar.


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