XII. Punto final a una larga polémica
Retrocediendo hasta Aristóteles El tema de la generación espontánea no era nuevo. Prácticamente se puede decir que se halla implícito en el mismo origen de la ciencia o, mejor dicho, en las teorías científicas más remotas. Ya Aristóteles pensaba que tanto los cuerpos que se vuelven húmedos como los que se secan engendran animales. Como el aristotelismo estuvo presente en toda la Edad Media, son numerosos los autores de este período, más preocupado por la teología que por la ciencia, que siguen las huellas del maestro y dan por cierta la generación espontánea. Juan Bautista van Helmont (1577-1644), un excelente cerebro científico, afirmaba que con una camisa sucia y granos de trigo o trozos de queso, se hacían nacer ratones. Otro gran científico italiano, Francisco Redi (1626-1698), hacia 1675 demostró que si un trozo de carne se envolvía en una gasa, días más tarde se encontraban gusanos en el paño que recubría la carne, probando que procedían de huevos de mosca y eran organismos nacidos espontáneamente. Todo el mundo parecía seguro de esta doctrina. Pero en 1745 apareció en Londres una obra del sacerdote católico J. T. Needham en la que exponía los experimentos realizados en recipientes herméticamente cerrados y sometidos previamente a una cierta temperatura. El experimento impresionó vivamente al naturalista francés Jorge Luis Buffon (1707-1788). El sacerdote católico se trasladó a París y ambos científicos cooperaron en reafirmar la teoría de la generación espontánea. Buffon llegó a la conclusión de que las moléculas orgánicas se liberaban a la muerte del individuo y contribuían de esta manera a la formación de nuevos seres vivos. Es entonces cuando aparece el biólogo italiano Lázaro Spallanzani (1729-1799), verdadero precursor de Pasteur, y rechaza las teorías de Buffon y Needham. Este científico, que también era sacerdote, demostró que haciendo cocer productos vegetales en recipientes cerrados, se obtenían efectos totalmente contrarios a los de Needham y Buffon. Como resultado de los experimentos de Spallanzani, siguiendo el método de Needham, el francés Appert inventó la fabricación de conservas. El experimento inicial lo hizo metiendo guisantes con agua en un recipiente de cristal herméticamente cerrado y dejándolo cocer tres cuartos de hora. La antigua polémica entre los partidarios de la teoría de la generación espontánea y sus contradictores volvió a surgir apasionada. Hacia 1836 un científico berlinés, el doctor Schwann, efectuó una serie de experimentos que llamaron la atención de Pasteur. Como resultado de ellos afirma: «Para la fermentación alcohólica como para la putrefacción no es el oxígeno, al menos no el oxígeno del aire atmosférico, el que las origina, pero sí un germen contenido en el aire ordinario y que el calor puede destruir.» El primer paso para revisar la teoría de la generación espontánea estaba dado. Pasteur lo calificó de un gran progreso y, a partir de entonces, numerosos investigadores irían estrechando el campo hasta demostrar que los gérmenes se hallaban en el aire atmosférico. La lucha había sido larga. Generación tras generación se había puesto en duda la teoría de la generación espontánea sin llegar a su total esclarecimiento hasta el siglo XIX.
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