Las ciudades en la Edad Media

Introducción

Molinos de agua en el Sena, en París. Miniatura. París, Biblioteca Nacional.

Ciudad es sinónimo de civilización. Babilonia, Jerusalén, Atenas, Roma, Nueva York, expresan mejor que cualquier definición la potencia y la técnica de las civilizaciones. Toda gran época de prosperidad de la humanidad se compendia en el nombre de una gran ciudad. Las incursiones bárbaras habían destrozado y destruido la vida urbana. En la Alta Edad Media, predomina la fragmentación. Los reyes no son más que jefes de bandas nómadas: ya sean franceses, ingleses, alemanes o eslavos, se desplazan incesantemente, llevando consigo sus ajuares, sus tesoros, su propia capital. La anarquía, y su forma más evolucionada, que es el feudalismo, se basan esencialmente en la agricultura y son antiurbanos. Sólo quedan, dispersos en el vasto mundo rural, unos refugios que agrupan a algunos centenares de hombres protegidos por los bastiones y por las murallas de las abadías. Pero, aun en las horas más sombrías, el sueño, la nostalgia y la esperanza de la humanidad tienen nombres de ciudad. Roma está siempre ligada a la idea de unidad y de paz. La pérdida de Jerusalén, la ciudad santa, provoca un gran fermento religioso en toda la cristiandad. Y la esperanza suprema, la del paraíso, se cifra en alcanzar la «Ciudad de Dios». En el siglo XI, se asiste a un renacimiento urbano, prueba de un retorno a la civilización. Pero, en realidad, son los progresos agrícolas los que constituyen la base del desarrollo urbano.

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