Ciudad vieja de Damasco
Un lugar privilegiado Las circunstancias naturales favorecieron la fundación de una ciudad en este inmenso y fértil oasis situado en la árida planicie que delimitan las estribaciones del Antilíbano oriental y el desierto de Siria. Sin embargo, también influyeron razones políticas. Los omeyas gobernaron el Imperio islámico desde mediados del siglo VII durante una centuria, y fue la primera dinastía musulmana que basó su descendencia en la sucesión. Eligieron como capital Damasco por distintas razones. Por una parte, buscaban afirmar su poder frente al «antiguo jardín» de Medina; por otra, la política expansionista del Islam había relegado la ciudad natal de Mahoma a los límites del imperio, perdiendo progresivamente su papel centralizador. El califa omeya Walid I, quien reinó a partir del año 705, ordenó la construcción de la célebre mezquita de los Omeyas, la mezquita del Viernes. Gracias a esta obra, los omeyas lograron un doble triunfo político y religioso: acentuar la pretensión del Islam de convertirse en la única religión válida y afirmar la importancia de esta mezquita dentro de la comunidad, al tiempo que se cuestionaba el monopolio de la ciudad santa de Jerusalén. Así pues, las leyendas edénicas y mitológicas acerca de Damasco reforzaban la elección de este lugar por parte de los omeyas para constituir allí su capital y edificar una de sus mezquitas más representativas.
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